18 junio 2006

Diálogo entre sombras

Jorge Luis Borges visitó la ciudad de México en 1973. Amable, accedió a todos los «impiadosos compromisos» que, según sus palabras, «confundían a un modesto autor con un pésimo actor». De la breve entrevista que sostuvo con el Licenciado Luis Echeverría se sabe poco. El extinto periodista colombiano Miguel Cantero le preguntó meses después por la impresión que le causó el mandatario. A lo cual Borges respondió:

«Nunca me tomé en serio. Pero si ése es el presidente, prefiero no imaginar al gobierno». A su llegada al país, el escritor argentino «pidió un favor» a sus anfitriones. Quería hablar con Juan Rulfo. Le sugirieron entonces un desayuno. «Pido clemencia -respondió-. Prefiero los atardeceres. Las mañanas me derrotan. Ya no tengo el brío ni las fuerzas para entregar al día lo que se merece. Hoy el crepúsculo me sienta mejor. Sólo quiero conversar con mi amigo Rulfo».

Reproducimos la conversación sin reclamo alguno de precisión. Las fuentes son demasiado vagas para permitirlo:

Rulfo: Maestro, soy yo, Rulfo. Que bueno que ya llegó. Usted sabe cómo lo estimamos y lo admiramos.

Borges: Finalmente, Rulfo. Ya no puedo ver un país, pero lo puedo escuchar. Y escucho tanta amabilidad. Ya había olvidado la verdadera dimensión de esta gran costumbre. Pero no me llame Borges y menos «maestro», dígame Jorge Luis.

Rulfo: Qué amable. Usted dígame entonces Juan.

Borges: Le voy a ser sincero. Me gusta más Juan que Jorge Luis, con sus cuatro letras tan breves y tan definitivas. La brevedad ha sido siempre una de mis predilecciones.

Rulfo: No, eso sí que no. Juan cualquiera, pero Jorge Luis, sólo Borges.

Borges: Usted tan atento como siempre. Dígame, ¿cómo ha estado últimamente?

Rulfo: ¿Yo? Pues muriéndome, muriéndome por ahí.

Borges: Entonces no le ha ido tan mal.

Rulfo: ¿Cómo así?

Borges
: Imagínese, don Juan, lo desdichado que seríamos si fuéramos inmortales.

Rulfo: Sí, verdad. Después anda uno por ahí muerto haciendo como si estuviera uno vivo.

Borges: Le voy a confiar un secreto. Mi abuelo, el general, decía que no se llamaba Borges, que su nombre verdadero era otro, secreto. Sospechoso que se llamaba Pedro Páramo. Yo entonces soy una reedición de lo que usted escribió sobre los de Comala.

Rulfo: Así ya me puedo morir en serio.

"Muriéndome por ahí" en Cuadernos de Marcha, Uruguay.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

En algún momento le voy a contar lo que me pasó el día que murió Borges. Nunca se lo dije a nadie y me da un poco de vergüenza. Pero un día me animo y se lo digo a Ud.

Cobiñas dijo...

Ay, Alfredo querido, no me haga esto... Si no lo quiere hacer público mándeme un mail aunque más no sea. Abrazos, Cobiñas

Anónimo dijo...

Sé que lo que voy a decir da para solazarse en el escarnio de quien escribe. Pero bueno, me animé y se lo digo. La primera vez (y tal vez por eso la más profunda) que sentí una pena comparable a la del fallecimiento de un familiar fue el sábado 14 de junio de 1986, aproximadamente a las 16 hs., cuando mientras miraba "Badía & Compañía" (ya ve qué antiguo soy) don Juan Alberto anunció que en Ginebra había fallecido Borges.

Ahí tiene.

Anónimo dijo...

Agrego un dato más. Resolví hacer silencio en su homenaje, pero no por un minuto sino un par de horas. Mis padres se preocuparon un poco por el hijo que habían construido. No era para menos, ¿no?

Cobiñas dijo...

Me enterneció su historia. Muy impresionante que haya guardado repetuoso silencio por un par de horas. De haber sido su madre, seguro también me hubiese preocupado. Lo que son las cosas, yo recuerdo que estaba en la primaria cuando murió Borges y que a la mañana siguiente nos hicieron rezar un padre nuestro por su alma y hacer un minuto de silencio. Sin duda, Borges no habría podido parar de reírse. Un abrazo, Cobiñas

Anónimo dijo...

Muy bien. De las entrevistas entre ambos me llegaron sólo como rumores.

Anónimo dijo...

interesante entrevista, dos siluetas bellamente dibujadas. Bien por tu fuente y bien por ti por el post. Saludos mexicanos, o debería decir, rulfianos.