"Porque
 la gravedad es una cosa y la voluntad otra... Yo veía la voluntad en 
todo... En la ventana de un tren, ahí donde para la gente hay un 
rectángulo que recorre el campo dejando atrás postes de teléfono, para mí había una persecución de postes desbocados, fra, fra, que entraban corriendo como locos por 
el borde de la ventana y por el otro se iban sin mirar a los costados. 
Si me bajaba en una estación, que los postes se huieran quedado quietos 
de golpe me parecía lógico por lo cansados que debían de estar... Eran 
inversiones sencillas, ya ves, pero lamentablemente siempre me agarraban
 desprevenida, mucho más cuando yo estaba en juego. Entonces se 
convertía en una cuestión de dominio. Los objetos... Los ojetos decidían
 sobre mí; todavía lo hacen, a veces. Una sensación, a lo mejor: que en 
vez de beber el café, me invade, no, mejor me infiltra un hilo caliente; que una naranja no se está dejando masticar, si no que me acidifica, ¿puedo
 decirlo así? Y muchas veces, muchas veces, que el día es un segmento 
claro, único, detenido, siempre el mismo lugar de paso, una zona del 
redondel oscuro por donde yo voy empujando algo sin parar... Exagero, 
seguramente, y vos estarás pensando que exagero mucho... Pero lo que 
puedo asegurarte es que con los años y las expulsiones y los sellos que 
se acumulaban en los pasaportes, el mundo se empezó a mover con más 
habilidad y más rapidez que yo, y a mí me daba mucho trabajo embocar el 
cuerpo en el hueco de una puerta..."
Marcelo Cohen El oído absoluto